Mantener en equilibrio la composición de la sangre y otros fluidos corporales (homeostasis) es una condición esencial para la supervivencia de las células de nuestro organismo. Esto requiere una regulación constante
del contenido de agua extracelular e intracelular (volumen de agua corporal, concentración de los distintos electrolitos (por ejemplo, sodio, potasio, cloro, magnesio, etc.) y del pH. El volumen de agua y la concentración de solutos (las sustancias disueltas en la sangre y la orina, entre las que los electrolitos son especialmente importantes) suelen mantenerse en un equilibrio suficiente para compensar incluso grandes variaciones en la ingesta de agua y alimentos, la actividad metabólica y el estrés derivado del entorno y las actividades que realizamos. El nombre de «equilibrio hidroelectrolítico» procede del hecho de que la regulación del volumen de agua corporal está estrechamente relacionada con el equilibrio electrolítico. De hecho, la eliminación y la reabsorción de solutos se producen al mismo tiempo que la eliminación y la reabsorción de agua. El mantenimiento del volumen de agua y el equilibrio electrolítico están bajo el estricto control de sistemas complejos.