Los sentimientos y las relaciones sociales tienen un impacto significativo en nuestra salud, no solo a nivel psicológico, sino también físico. La calidad de nuestras relaciones, tanto afectivas como sociales, puede influir profundamente en nuestro bienestar y longevidad. Por ejemplo, la falta de relaciones afectivas se considera uno de los factores de riesgo psicosocial, es decir, aquellos elementos psicológicos o relacionales que pueden afectar negativamente la salud.
Los factores de riesgo psicosocial se refieren a estados de ánimo como la felicidad, el pesimismo, la hostilidad y el estrés, pero también a la calidad de las relaciones interpersonales. Las relaciones sociales escasas o negativas son, de hecho, potencialmente dañinas para la salud, al igual que otros factores físicos conocidos, como la enfermedad coronaria o la inactividad física. Los estudios científicos han demostrado que el aislamiento social puede aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares e incluso afectar al sistema inmunológico, induciéndolo a producir hormonas proinflamatorias que nos hacen más vulnerables a enfermedades. En este contexto, el aspecto relacional se vuelve fundamental también durante la visita médica, donde los médicos deberían investigar sobre el estado de las relaciones sociales, familiares y sentimentales del paciente, no limitándose solo a los síntomas físicos.
Un ejemplo de cómo las relaciones pueden influir en la salud física se da con las personas que, después de un infarto, viven en aislamiento social: tienen una probabilidad mayor de sufrir un segundo infarto que aquellos que tienen buenas relaciones interpersonales.
El Hygge y el bienestar interior
Otro concepto interesante que resalta la importancia de las relaciones para la felicidad y el bienestar es el Hygge, un término danés que expresa la idea de crear una atmósfera acogedora y disfrutar de los pequeños placeres de la vida con los seres queridos. Puede verse como un equilibrio entre comodidad y calor humano, donde se encuentra el bienestar al compartir momentos de serenidad con los demás, como ver una película con la pareja o charlar con amigos en un ambiente tranquilo. La felicidad, entonces, está a menudo vinculada a las relaciones afectivas y a los momentos compartidos que alimentan nuestro bienestar emocional.
Además de favorecer relaciones positivas, otro paso importante para mejorar nuestra salud es cuidar de nosotros mismos, a través de actividad física, alimentación sana y técnicas de relajación como la meditación, que nutren tanto el cuerpo como la mente. La tradición nos recuerda que «mens sana in corpore sano» no es solo un dicho, sino una verdad científica que tiene aplicación en la vida cotidiana.
Los efectos de las relaciones sobre la salud
Los estudios han señalado varios efectos positivos de las relaciones sociales sobre la salud:
- Las personas socialmente aisladas tienen el doble de probabilidades de enfermarse de un resfriado en comparación con aquellas que tienen una red social activa, a pesar de que estas últimas puedan estar más expuestas a los gérmenes.
- Las personas que viven en buenas relaciones conyugales tienden a sanar más rápidamente de las heridas que aquellas que están solas o tienen relaciones conflictivas.
- Participar en grupos de voluntariado reduce las tasas de mortalidad, ya que hacer el bien a los demás genera una sensación de satisfacción que tiene efectos positivos sobre nuestro bienestar.
¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra salud relacional y social?
- Cuidar nuestras relaciones sociales, familiares y sentimentales: cultivar los lazos afectivos y dedicar tiempo a los demás.
- Ayudar a los demás: incluso solo pensar en ayudar al prójimo puede aumentar nuestros niveles de felicidad, como lo demuestran algunos estudios sobre las ondas cerebrales.
- Sumergirse en experiencias que nos conecten con los demás: actividades como escuchar música, bailar o participar en experiencias religiosas pueden favorecer un fuerte sentido de conexión con los demás.
- Dedicarse tiempo: la felicidad no se construye en un solo día, sino a través de momentos de consciencia, de cuidado personal y de valorización de los lazos afectivos. El tiempo que dedicamos a las personas y las cosas que amamos es una inversión en nuestra salud mental y física.
Finalmente, el desarrollo de una cultura de la felicidad y las relaciones es esencial para mejorar la calidad de vida, tanto a nivel personal como colectivo. Este enfoque puede contribuir no solo a una mejora de nuestra salud, sino también a un enriquecimiento de nuestro espíritu y longevidad.