Relaciones Sociales
El desarrollo de nuevas técnicas de investigación científica ha permitido estudiar la naturaleza humana con una profundidad antes impensable. El resultado de estos estudios, que abarcan desde las neurociencias hasta los experimentos de comportamiento, pasando por la biología evolutiva, demuestra que los seres humanos somos como las jirafas de las relaciones.
Así como las jirafas desarrollaron cuellos extraordinariamente largos para poder sobrevivir, nosotros hemos desarrollado increíbles capacidades para relacionarnos. Hace unos 70.000 años, cuando nuestra especie apareció por primera vez en el planeta, nuestros antepasados no teníamos muchas probabilidades de supervivencia. No teníamos colmillos afilados, dentaduras grandes y peligrosas, ni éramos especialmente ágiles o rápidos. Pero teníamos algo realmente especial: un asombroso potencial relacional, comenzando por el lenguaje, que nos permitía aprender a actuar juntos, cooperar en una escala inalcanzable para otras especies. Fue en esto en lo que nos centramos. Por eso estamos aquí y nos hemos multiplicado. Nuestra inteligencia cognitiva superior nos dio una ventaja sobre otras especies porque aprendimos a usarla junto a los demás.
Es por eso que el ser humano es un animal social y necesita relaciones. Podemos sobrevivir en soledad o rodeados de relaciones conflictivas y difíciles. Pero para ser felices necesitamos relaciones de calidad, es decir, impregnadas de vitalidad, compartición, participación y afecto. Todos necesitamos sentirnos parte de algún grupo, ya sea familiar, de pareja, comunitario, de amigos o de trabajo. Los estudios sobre la felicidad desarrollados por economistas, psicólogos, sociólogos, antropólogos, neurobiólogos, etc., convergen en confirmar todo esto. Si quisiéramos resumir qué es lo que nos hace felices según estos estudios, bastarían dos palabras: los demás.
Es la calidad de nuestras relaciones sociales y afectivas el factor que más pesa sobre nuestra felicidad.
Según Daniel Kahneman, quien ganó el Premio Nobel de Economía precisamente por sus estudios sobre la felicidad, las actividades diarias más estrechamente asociadas con la felicidad son las de índole relacional, como socializar después del trabajo o cenar con amigos. Las profesiones que hacen más feliz a la gente tienen un fuerte contenido relacional, aunque no sean particularmente rentables. En comparación con el peso de las relaciones, otros factores que antes se pensaba que tenían una importancia dominante para la felicidad, como el dinero, pierden mucha relevancia según estos estudios. Las cosas importantes para la felicidad son otras y son principalmente relacionales. Hay estudios que muestran que la felicidad promedio de la población tiene más probabilidades de aumentar en países donde mejoran las relaciones, que en países que experimentan un crecimiento económico vigoroso.
Donar
Atención, el dinero no compra la felicidad, a menos que se gaste en ayudar a los demás. De hecho, la cantidad de dinero que usamos para ayudar a alguien predice nuestra felicidad. En resumen, el carácter profundamente social de nuestra naturaleza también se refleja en la relación entre el dinero y la felicidad. Los estudios sobre las ondas cerebrales muestran que solo el pensamiento de ayudar a los demás, planificando una donación, hace que las personas sean más felices.
Tales pensamientos activan el camino mesolímbico en el cerebro, que está asociado con la felicidad y la producción de dopamina, un neurotransmisor que regula los centros del placer. Si pasamos del pensamiento a la acción de ayudar a alguien, este efecto se amplifica. Estudios realizados en los Estados Unidos documentan que las personas que hacen voluntariado disfrutan de mayor felicidad, menores niveles de estrés, mejor salud física y emocional, y una mayor percepción de que sus vidas tienen sentido. La felicidad consiste en hacer experiencias en las que perdemos la concentración en nosotros mismos y nos sentimos fusionados con los demás y con lo que estamos haciendo. Esto ocurre, por ejemplo, cuando estamos inmersos en algo interesante y desafiante o cuando un artista o un artesano se convierten en uno con las herramientas que están usando, o con las personas que tienen una experiencia religiosa profunda. O cuando estamos escuchando música o bailando. Pero, sobre todo, sucede cuando nos conectamos con los demás y vivimos relaciones afectivas intensas.
En resumen, la felicidad es una medida de cuán conectados estamos con los demás y con las actividades que realizamos. Todo esto tiene implicaciones profundas para la forma en que deberíamos organizar nuestras vidas. A menudo nos encontramos tomando decisiones, desde las grandes hasta las cotidianas, que tienen consecuencias sobre cómo distribuimos nuestro tiempo entre el trabajo, la solución de problemas prácticos y las relaciones. Al enfrentar estas decisiones, a menudo no somos conscientes de la conexión entre relaciones, felicidad y salud.
Pensamos que más dinero, una casa o un coche más grande aumentarán nuestro bienestar y, en el intento de lograrlo, trabajamos más, dormimos menos y cuidamos menos nuestras relaciones, con el resultado de disminuir nuestra felicidad.
Conscientes
Algunos de nosotros intuyen la estrecha conexión entre relaciones, felicidad y salud, pero no saben que existe una sólida evidencia científica que respalda esas mismas decisiones que su intuición les sugiere: invertir atención, energía y tiempo en las relaciones es una buena idea para vivir felices, sanos y durante más tiempo.
Es hora de ser conscientes de ello. La felicidad se puede construir día a día. Concedámonos el lujo de tener tiempo, siguiendo algunos sencillos consejos para una vida feliz, como participar en un curso de arte, de danza, de lectura, en un banco del tiempo, en un club deportivo, en actividades de voluntariado, dedicando más tiempo a las cosas que nos gustan y a las personas que amamos. Nuestra sociedad está llena de iniciativas y organizaciones que facilitan las relaciones. A veces estamos absorbidos por la solución de problemas materiales que parecen urgentes. Pero no siempre las cosas que parecen más urgentes son las más importantes.
Elegir dedicar tiempo, energías y atención a los demás significa dedicarlos a uno mismo, a nuestro bienestar y salud. Estas recomendaciones han sido reconocidas durante mucho tiempo por las principales organizaciones de salud. Por ejemplo, la Carta de Ottawa de la Organización Mundial de la Salud (1986) establece: “La salud (…) valora los recursos personales y sociales (…). Por lo tanto, la promoción de la salud (…) se orienta al bienestar”. El problema es que, aunque la importancia de las relaciones para la felicidad y la salud sea un conocimiento científico compartido y consolidado, nuestra cultura sigue siendo en gran medida ajena a ello.
Demasiadas veces nuestras decisiones priorizan otras cuestiones, porque estamos guiados por ideas equivocadas sobre lo que realmente nos hace felices y saludables. Podemos hacer mucho por nuestra salud si nos volvemos conscientes de que, antes de ser un problema sanitario, la salud es una cuestión de felicidad. Y la felicidad es una cuestión de relaciones.
Por ejemplo, el aumento sustancial de la esperanza de vida no ha ocurrido solo gracias al invento de muchos medicamentos, especialmente los antibióticos que erradicaron las enfermedades infecciosas que azotaron a la humanidad durante casi toda su existencia, sino también gracias a la mejora de los estándares higiénicos y alimentarios. Ahora, la nueva frontera de los avances en salud es desarrollar una cultura y una organización de vida que nos permita dar valor a lo que es verdaderamente importante para nuestra felicidad. Es decir, a nuestra vida de relaciones.